jueves, 29 de junio de 2017

Capítulo IV



Cuando llegaron a la Comarca de Las Promesas Fatales, Víctor se acomodó fácilmente, pero Luna continuaba agobiada por la imposibilidad de encontrar una ocupación en la que se sintiera realizada. Además, los habitantes de este lugar hablaban una lengua de fonemas imposibles de pronunciar para los parasitanos, lo cual debilitaba aún más sus pocas esperanzas. En una de sus crisis, decidió ir a visitar el templo local y le pidió a la bruja de oficio que la curara.
Hiya creepy lady, what are you looking for?
Jelou llentelman, Ai bul laik som espirichual jilin.
Excuse me, what?
Espirichual jilin.
Excuse me, what?
Luna señaló el cartel de la pared.
—Ai buon dis.
—¡Oh! spiritual healing! Sure! Follow me, weird lady.
La bruja, de papada prominente, muy vieja, fea y sonriente, le ofreció un café de color blanquecino que ardía más que los calderos del infierno y sabía a todo el dolor y sufrimiento del mundo. Tras rechazarlo, procedieron a la curación. Luna se sentó en una silla y cerró los ojos. La bruja acercó sus manos donde la espalda de Luna acababa, sin tocar. Luna sintió como una extraña fuerza recorría todo su cuerpo, dejando cada centímetro de su cuerpo y de su espíritu en paz, como si nunca hubieran sufrido o hecho sufrir.

 A partir de entonces, Luna empezó a sentir un gran entusiasmo por las posibilidades que se le abrían en el futuro. Su negra aura, que antes hacía que los cuervos huyeran despavoridos, se había convertido en un arco iris bajo el cual las ardillas jugaban a perseguirse entre el calor de los primeros rayos de la primavera.  Salió a la calle con su currículum, orgullosa de sus enormes fracasos y sus pequeños triunfos inexistentes. Lo repartió por toda la ciudad, pero sobre todo por aquellos hogares en los que habitaban gnomos y duendes, pues en la Comarca de las Promesas Fatales había una gran proliferación de estos seres, que requerían unos cuidados muy especiales. Tuvo cientos de entrevistas y fue rechazada millones de veces, tanto por su fonética incomprensible, como por su falta de estudios y experiencia. Pero cada nuevo fracaso era insignificante para Luna, que seguía su búsqueda con tenacidad. Hasta que en una de estas entrevistas, una de las pequeñas duendes, que suelen ser desconfiadas con los desconocidos, quiso sentarse en el regazo de nuestra protagonista, gesto que fue inmediatamente imitado por su hermana gemela y, a continuación, por su hermana mayor. Los padres de las duendes interpretaron que estas habían elegido a Luna como su cuidadora y decidieron contratarla.
Luna estaba entusiasmada y, aunque trabajaría diez horas y media diarias por quinientos peniques, estaba impaciente por empezar a trabajar.
Cuando llegó el día, descubrió que le habían asignado a una orco de la familia para que supervisara su trabajo durante la primera semana. Esta resultó ser nada amigable, puesto que se esforzaba cada día en hacer la vida imposible a Luna, saboteando su trabajo, diciéndole que todo lo hacía de forma incorrecta, dándole órdenes contrarias a las que los padres habían dispuesto respecto al cuidado de sus criaturas y, por si fuera poco, asignándole tareas que no le correspondían, de las cuales luego la orco se vanagloriaba como  si las hubiera realizado ella misma. Pero Luna, que había conectado profundamente con las tres duendecillas y deseaba este trabajo con toda su alma, no se dejó avasallar por los ataques de la orco salvaje que, finalmente, tuvo que darle el visto bueno ante los padres.

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La oscuridad está dentro de tí. Puedes encender todas las luces que quieras, pero sabes que siempre estará ahí aunque nadie la pueda ver.