Cuando
llegaron a la Comarca de Las Promesas Fatales, Víctor se acomodó fácilmente,
pero Luna continuaba agobiada por la imposibilidad de encontrar una ocupación
en la que se sintiera realizada. Además, los habitantes de este lugar hablaban
una lengua de fonemas imposibles de pronunciar para los parasitanos, lo cual
debilitaba aún más sus pocas esperanzas. En una de sus crisis, decidió ir a
visitar el templo local y le pidió a la bruja de oficio que la curara.
—Hiya creepy lady,
what are you looking for?
—Jelou llentelman, Ai bul
laik som espirichual jilin.
—Excuse me, what?
—Espirichual jilin.
—Excuse me, what?
Luna señaló
el cartel de la pared.
—Ai buon
dis.
—¡Oh! spiritual
healing! Sure! Follow me, weird lady.
La bruja, de papada prominente, muy vieja,
fea y sonriente, le ofreció un café de color blanquecino que ardía más que los
calderos del infierno y sabía a todo el dolor y sufrimiento del mundo. Tras
rechazarlo, procedieron a la curación. Luna se sentó en una silla y cerró los
ojos. La bruja acercó sus manos donde la espalda de Luna acababa, sin tocar.
Luna sintió como una extraña fuerza recorría todo su cuerpo, dejando cada
centímetro de su cuerpo y de su espíritu en paz, como si nunca hubieran sufrido
o hecho sufrir.
A partir de entonces, Luna empezó a sentir un
gran entusiasmo por las posibilidades que se le abrían en el futuro. Su negra
aura, que antes hacía que los cuervos huyeran despavoridos, se había convertido
en un arco iris bajo el cual las ardillas jugaban a perseguirse entre el calor
de los primeros rayos de la primavera. Salió a la calle con su currículum, orgullosa
de sus enormes fracasos y sus pequeños triunfos inexistentes. Lo repartió por
toda la ciudad, pero sobre todo por aquellos hogares en los que habitaban
gnomos y duendes, pues en la Comarca de las Promesas Fatales había una gran
proliferación de estos seres, que requerían unos cuidados muy especiales. Tuvo cientos
de entrevistas y fue rechazada millones de veces, tanto por su fonética
incomprensible, como por su falta de estudios y experiencia. Pero cada nuevo
fracaso era insignificante para Luna, que seguía su búsqueda con tenacidad.
Hasta que en una de estas entrevistas, una de las pequeñas duendes, que suelen
ser desconfiadas con los desconocidos, quiso sentarse en el regazo de nuestra
protagonista, gesto que fue inmediatamente imitado por su hermana gemela y, a
continuación, por su hermana mayor. Los padres de las duendes interpretaron que
estas habían elegido a Luna como su cuidadora y decidieron contratarla.
Luna
estaba entusiasmada y, aunque trabajaría diez horas y media diarias por
quinientos peniques, estaba impaciente por empezar a trabajar.
Cuando llegó el día, descubrió que le habían
asignado a una orco de la familia para que supervisara su trabajo durante la
primera semana. Esta resultó ser nada amigable, puesto que se esforzaba cada
día en hacer la vida imposible a Luna, saboteando su trabajo, diciéndole que todo
lo hacía de forma incorrecta, dándole órdenes contrarias a las que los padres habían
dispuesto respecto al cuidado de sus criaturas y, por si fuera poco,
asignándole tareas que no le correspondían, de las cuales luego la orco se vanagloriaba
como si las hubiera realizado ella misma.
Pero Luna, que había conectado profundamente con las tres duendecillas y deseaba
este trabajo con toda su alma, no se dejó avasallar por los ataques de la orco
salvaje que, finalmente, tuvo que darle el visto bueno ante los padres.
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