miércoles, 28 de junio de 2017

Capítulo III



Pasaban los días y Luna erraba por el mundo rodeada por una espesa aura negra que espantaba hasta a los cuervos. No sabía cómo poner en práctica los consejos de la Gran Maestra. A su alrededor sólo veía decadencia, seres que malgastaban su vida en tareas ignominiosas: vendedores de gamusinos, falsificadores de currículos, teleoperadores de compañías telefónicas, etc. Apenas quedaba un alma pura en la Ciudad de los Parásitos.
­                —Solo un milagro me salvará —pensaba Luna—. No tengo fuerzas para esforzarme en nada, ni tengo nada por lo que valga la pena luchar. Pasar de todo, es lo único que haré, ya nada me importa.
—¡Qué pesada! ¡Todo el día dramatizando! ¡Qué desdichada soy! ¡Qué cruel es la vida con las personas humildes! ¡Qué mente perversa urde nuestros destinos y ríe a costa de nuestras desgracias! ¡Bla bla bla, bla bla bla!¡A pico y pala te ponía yo, para que tuvieras algo serio de lo que quejarte! ¡Plasta! ¿Me acompañas al mercado? —le propuso Pompa intentando animarla—. Tengo que comprar melones cantalupos y mangos.
—Bueno, si te emperras —respondió Luna apática.
Entonces, el Universo, que se complace viéndonos gritar y patalear en su montaña rusa infinita, le dio a las estrellas la orden de ataque para que inyectaran en las venas de Luna la más poderosa de las drogas que se destila en las bodegas de los dioses del Olimpo: el Amor. Pero, ¿qué es el Amor? El Amor —del latín amor, -oris— es, como dice la RAE, el “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.
Luna, movida por un impulso sobrenatural, se acercó a ese ser majestuoso y, con una voz que parecía emerger de una dimensión oculta a los ojos de la malhadada raza de los mortales, le dijo:
—Hola, ¿qué haces?
—He abandonado la tranquilidad y el descanso que me brindan mis aposentos para descender por la ardua senda que trae al mercado y adquirir distintas viandas que me proporcionen la energía necesaria para mi sustento, entre ellas puerros, calabacines y otro vegetales varoniles que gusto de digerir en la cotidianidad de mi vida de soltero en edad casadera. Y usted, dama de halo grisáceo y semblante huraño ¿qué desea?
—Molestar. ¿Me invitas esta tarde a merendar? 
—No tengo por costumbre aceptar este tipo de invitaciones provenientes de individuos de su clase social, pero su nimbo espectral ha causado en mi cierta sensación de desasosiego y un genuino interés por descubrir más acerca de su persona y sus inquietudes, así como las razones y circunstancias que le han llevado a acercarse a mí en un escenario tan vulgar, habiendo salido hoy de su humilde morada con la única intención de adquirir frutas redondeadas para apaciguar el deseo de su acompañante de que usted recibiera en su seno algún rayo furtivo de sol que coloree la blanca tez que luce su merced después de, según parece, haber pasado meses encerrada bajo llave durante las horas de luz para salir a devorar almas en la oscuridad de la noche, amparada por los espectros más sangrientos de la eternidad...
—¿Sí o no, pesado? —le cortó, Luna.
—Efectivamente, bella y rezongona dama.
Luna y Víctor, que así se llamaba el pedante caballero, vivieron un largo y apasionado romance. Hacían muy buena pareja, ya que no tenían nada en común: Víctor era un hombre de largas disertaciones, Luna una mujer de pocas palabras, Víctor provenía de una familia aparentemente noble, Luna fue amamantada por la Leona hasta que un campesino las encontró y decidió adoptarlas, Víctor era prudente y sesudo, Luna impulsiva e inestable, Víctor se reía sigilosamente, las carcajadas de Luna hacían temblar la tierra profundamente, provocando desprendimientos en los techos del Hades. Se complementaban perfectamente, como el día y la noche, y del otro tomaban lo que en sí mismos no tenían. Así, Luna se olvido de sus preocupaciones por un tiempo, hasta que el Universo se las quiso recordar.
—Amada Luna, Lunita, luz de mi vida y fuego de mis entrañas, he gastado toda mi fortuna en complacer tus deseos y ahora ya no me queda nada. En la Ciudad de los Gorrones, como gustas de llamar a nuestra patria, no queda sitio para el amor insaciable de dos almas tan puras como las nuestras, debemos partir a conquistar otras tierras. Vente conmigo, yo te lo ruego. Si osas quedarte, tendremos que darle sepultura a Cupido, pero que sepas que el vacío de tu corazón te pesará hasta el día de tu fallecimiento y nunca habrá otro apuesto señor que te proporcione los cuidados que yo te brindé desde el esperanzador día que te cruzaste en mi glorioso camino.
—Que sí, que yo también me quiero pirar de aquí.
En resumen, aunque Víctor hablara y obrara como un noble hasta donde le permitiera su bolsillo, en realidad era de clase trabajadora como Luna y tampoco encontraba un oficio con el que pagar sus antojos. Por ello, cargaron de viandas las alforjas de sus caballos y partieron en busca de una nueva vida.


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La oscuridad está dentro de tí. Puedes encender todas las luces que quieras, pero sabes que siempre estará ahí aunque nadie la pueda ver.